La invasión francesa y el proceso de independencia de las colonias americanas provocaron en España una escasez de plata que obligó a una reforma monetaria con respecto a ese metal. Así la moneda de 8 reales y 27 gramos pasó a valer 20 reales, la moneda de 13,5 gramos que valía 4 reales pasó a valer 10. Este sistema se mantuvo durante el resto del reinado de Fernando VII y el de Isabel II. Con la nueva reforma de 1869 en que la peseta pasa a ser la unidad monetaria, el "duro" baja de peso a 25 gramos para adaptarse mejor al sistema métrico decimal (recordar que en los primeros duros ponía: "40 piezas en kilogramo" y en las pesetas: "200 piezas en kilogramo"). A la moneda de cincuenta céntimos de peseta se le comienza a llamar "dos reales" y a las posteriores de 25 céntimos, "un real; atribuyendo así al nuevo "duro" de cinco pesetas el valor de 20 reales que tenía con Isabel II.
Hay que notar que en México, que continuó con sus minas de plata, se siguieron acuñando pesos de 27 gramos y 8 reales de valor durante todo el siglo XIX.