El Escudo llegó a Rusia desde Roma en 1452
Es una historia sorprendente, que tiene su origen en un drama amoroso y un cálculo político. La persona que hizo el cálculo fue el Pontífice Pablo Segundo.
El mundo cristiano vivía la difícil época de la ofensiva de las tropas musulmanas contra las tierras del Este de Europa. Turquía destruyó al antiguo Bizancio y se apoderó de Constantinopla, que desde aquella época empezó a llamarse Estambul. Luego fue subyugada Grecia, y el Ejército del despiadado sultán turco Mahoma Segundo empezó a amenazar a Italia y al propio Vaticano.
El Pontífice tenía un único recurso para defenderse: era la familia poco feliz de Tomás Paleólogo, hermano del Emperador bizantino, la cual se fugó de su país a Roma.
Paleólogo tenía una hija joven, la princesa Sofía. El Pontífice, al ampararla, estaba reflexionando al mismo tiempo con quién casarla para fortalecer la posición de Roma y ganar aliados en esa época difícil.
Al fin y al cabo, Pablo Segundo dirigió sus miradas al Moscú cristiano, al gran príncipe Iván Tercero, quien había enviudado hace poco.
En la época anterior a la del Pedro el Grande, él era el genio más vivo de la Historia de Rusia.
Iván Tercero era el único quien podía competir en inteligencia y fuerza con el sultán turco. Bajo su gobierno Rusia se liberó definitivamente del yugo tártaro, en el país se promulgaron las primeras leyes, surgió el servicio de correos, se instituyó la policía; Moscú aplastó la sublevación de Novgorod, apaciguó al reino de Kazán, derrotó al rey lituano-polaco Casimiro y afirmó su derecho a ser capital del joven Estado ruso.
En aquella época el gran príncipe era joven todavía, de 20 años solamente, aunque ya había contraído un matrimonio y tenía un hijo pequeño de su difunta esposa.
El Pontífice calculaba que al casarse con Sofía, él querría devolverle a ella Constantinopla y emprender una campaña militar contra los turcos. A Moscú fueron enviados unos casamenteros que llevaban consigo un retrato de la joven princesa. Ella era hermosa, pero aunque no lo fuera, el soberano ruso habría aceptado la propuesta del Pontífice, pues comprendía qué ventajas políticas le ofrecía el casamiento con la heredera del trono de Bizancio. Las nupcias lo convertían al instante en soberano de un inmenso territorio, no importa que éste estaba conquistado por los turcos, en heredero de un gran Imperio, del que la luz del cristianismo había llegado a Rusia.
Es de hacer recordar que Sofía, nacida en Bizancio, era una cristiana ortodoxa, pero no una católica.
Iván Tercero dio su consentimiento y envió a Roma una embajada con generosos obsequios para la novia y el Papa.
El ritual de esponsales y casamiento simbólico se celebró, estando ausente el novio, en la catedral de San Pedro, en presencia del Pontífice. El papel de marido lo interpretó sin decir una palabra el embajador ruso.
Sofía partió de Roma el 1-ro de junio, en apogeo mismo del verano italiano, y arribó a Moscú pasados 6 meses, en la soleada y fría mañana del 12 de noviembre. Aquel día ella vio por primera vez a su marido, quien la esperaba en los aposentos de la madre de él. Ya por la noche se celebraron las bodas auténticas.
Sofía le dio al zar tres hijas y seis hijos, el mayor de los cuales heredó el trono.
La princesa bizantina trajo a Moscú el espíritu de la gran cultura italiana, le inspiró al zar a construir el castillo del Kremlin en estilo florentino, como lo conoce hoy día todo el mundo: toda una ciudad de palacios y catedrales tras una muralla roja. En uno de los techados planos fue acondicionado un jardín colgante y se instaló la primera piscina con pececillos dorados.
Pero el dote principal que trajo Sofía era el Escudo de Bizancio: un águila bicéfala de oro, estampada en el sello del último Emperador, que Iván Tercero recibió de las manos de ella. El Escudo en cuestión simbolizaba la independencia: dos cabezas eran símbolo del poder sobre las partes oriental y occidental del Imperio, sobre ellas aparecían dos coronas, signo del doble poder.
El Escudo dejó maravillados a los rusos con esa fuerza misteriosa que partía de él.
Durante un tiempo nadie se atrevía a modificarlo, lo hizo sólo el zar Iván el Terrible. Éste ordenó representar en el pecho del águila el blasón de Moscú: era la efigie de San Jorge a caballo matando de una lanzada al dragón infernal.
Ello le dio un aspecto temible al Escudo de Rusia. A las dos cabezas aguileñas se añadieron otras tres: la del guerrero, la del caballo y la de la serpiente, más la lanza.
Pero tampoco ello pareció suficiente al cabo de un tiempo. La dinastía de los Romanov a lo largo de cuatro siglos añadía siempre nuevos elementos al Escudo. Primero fueron levantadas con aire orgulloso las alas, dando la impresión de que el águila se preparaba a despegar, sus picos se abrieron sacando afuera dos lenguas viperinas, sus pies adquirieron poderosas garras, las que sujetaban el cetro y el orbe, símbolos del poder.
Hasta las coronas parecían levantar vuelo sobre las cabezas del ave demoníaca. Ya eran tres y simbolizaban la Trinidad cristiana: Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo.
El Escudo irradiaba agresión, pero ello pareció poco.
Pedro el Grande quiso adornar el pecho del ave con la cadena de oro de la máxima condecoración rusa: la Orden de San Andrés, y unir la triada de las coronas con una cinta de moaré azul. De este modo el águila adquirió atributos de fiel soldado y triunfante jefe militar. Además, el Emperador ordenó que la pintaran de negro, que es el color de la audacia, y la levantó al aire, porque el ave de oro simbolizaba la idea de defensa del nido, pero no la disposición a atacar.
El aguilón de Pedro el Grande expresaba el nuevo rumbo de Rusia a ampliar sus territorios.
A comienzos del siglo XIX, Alejandro Primero consideró que su Imperio, después de haber anexado una tercera parte del hemisferio septentrional del planeta, ya alcanzó su tope y dispuso restablecer el color dorado del águila, el de la defensa del nidal, y quitar de sus garras el cetro y el orbe, sustituyéndolos por saetas-relámpagos, antorcha y corona de laureles.
Desde ahora el Escudo de Rusia prometía a sus súbditos los laureles de la paz y la antorcha de la ilustración, y a los adversarios, los rayos de castigo, si ellos se atreviesen a agredir.
Pero también bajo Alejandro Segundo, Nicolás Primero y Alejandro Tercero Rusia prosiguió su impetuosa expansión. En el Cáucaso se apoderó de Daguestán y Azerbaiyán, comenzó una guerra contra Turquía, resultado de lo cual anexó a Besarabia, así como liberó por fin a Grecia, Serbia y Moldavia, las que recibieron autonomía. Luego siguieron la conquista de Lituania y la división de Polonia, la liberación de Bulgaria, la guerra de veinte años librada en desiertos, allende el mar Caspio, contra Estados musulmanes, y la adhesión de Asia Central. El trofeo final fue Finlandia.
El último Emperador ruso, Nicolás Segundo, volvió a manifestar que Rusia alcanzó sus límites definitivos y dispuso adornar el Escudo con símbolos de sosiego: en las alas del águila fueron representados los blasones de seis reinos unidos a Rusia: el de Kazán, el de Astracán, el de Siberia, el de Polonia, el de Finlandia y el de Jersones de Táuride.
Parecía que ya era suficiente, que el ave de oro, hecha más pesada, ya no podría levantar un vuelo belicoso.
Pero la Historia de Rusia hizo un brusco viraje: después de la Revolución de Octubre de 1917, el Escudo viejo fue anulado, y en el nuevo, ya de la Unión Soviética, apareció el globo terráqueo (se veía fundamentalmente su parte de arriba), sobre el que se levantaba el sol radiante de nuevas victorias. Sobre el planeta pendían la hoz y el martillo, símbolos de la expansión del proletariado y campesinado, y por encima de todo estaba un pentagrama de omnipotencia mística: la estrella de cinco puntos, signo cabalístico del centro del Universo en ampliación.
Ese Escudo comunista ya pretendía a establecer el dominio sobre todo el planeta. Pero la Historia no lo quiso: el Imperio soviético se desmoronó.
El nacimiento del nuevo Escudo fue tormentoso.
Del de la Rusia zarista inicialmente fueron eliminados las coronas y los símbolos del poder: el centro y el orbe, así como fueron cerrados los picos del ave bicéfala, producto de lo cual, los críticos la llamaron gallina demacrada. Poco después, el pintor Evgueny Ujnaliov restableció de hecho todos los accesorios heráldicos anteriores.
Oficialmente, el nuevo Escudo de Rusia fue aprobado en diciembre de 2000. Hoy día, esta insignia de una república federativa democrática tiene trazos monárquicos, paradójicamente. Pero los símbolos se interpretan de un modo distinto. He aquí su descripción.
Sobre el fondo rojo del blasón heráldico, cuyo punto agudo mira hacia abajo (el llamado blasón francés), aparece un águila bicéfala dorada, con dos coronas pequeñas y una grande, unidas entre sí por una cinta de moaré, la que sostiene en sus garras el cetro y el orbe. En el pecho del ave está el blasón de Moscú: un jinete de plata, vestido de capa azul, montando un caballo de plata mata con su lanza de plata a un dragón negro tirado de espaldas y pisoteado por el caballo.
Una de las interpretaciones que se puede dar a ese cuadro es la siguiente: Rusia sigue siendo protegida por la Santísima Trinidad, cree en Dios y en el zar (el poder). Sus fuerzas están dirigidas a conservar sus territorios, y nada más. Ella acata la Ley y el orden mundial justo, la prueba de lo cual es la cinta, símbolo de jerarquía. Rusia no amenaza a nadie, sus intenciones son limpias cual plata, su fuerza se supedita a la idea del servicio, cuyo símbolo es el color azul. Su lanza está apuntada hacia abajo, contra el mal que amenaza a toda la Humanidad, que son pecados y desgracias generales, pero no personas ni Estados.
O sea que el Escudo de Rusia es juramento militar y oración al mismo tiempo.
Fuente: http://espanol.answers.yahoo.com/question/index?qid=20070716010903AAUbiS2