Hola a tod@s los foreros. Parece que voy a tener el honor de aperturar el concurso y voy a hacerlo con una pieza de pecio, como todos ya saben que me gusta, pero con unas particularidades adicionales...
Felipe IV, 8 Reales. 1650 O. Potosí. Resello “P” coronada. Valor 7 ½ Reales. PCGS VF DETAILS
Hola a tod@s, hoy voy a presentar otra de esas monedas que en el pasado no sabía apreciar como corresponde, pero que, con el paso del tiempo, acabas por comprender su contexto y valorar su singular belleza. Se trata de
8 Reales acuñados en la ceca de
Potosí a nombre del Rey
Felipe IV en el año
1650, como consecuencia del famoso “
Escándalo” que sacudió a la principal ceca de América del Sur y del que ya hablaremos más adelante. Vinculado al mismo, vemos que
porta un resello en el reverso, que
fija su valor en 7 ½ Reales y que también detallaremos más abajo.
Datos de la pieza:Nominal: 8 Reales
Año: Entre los años 1649 y 1651 de acuerdo a la inicial del ensayador pero que, de acuerdo al libro “Castillos y Leones en las Macuquinas de América”, del autor Gregorio Cortés, la tipología de los castillos y los leones del anverso, unidos a los adornos que vemos alrededor de la marca de la ceca, en el reverso, corresponden con la emisión del año 1650. No obstante, esta pieza sería resellada posteriormente, entre 1651 y 1652.
Ceca: Potosí (Letra “P” a la izquierda del escudo; en el anverso)
Peso: 26,24 gr (aprox.)
Diámetro: 38 milímetros (aprox.)
Canto: Liso e irregular (“Cob”, “Cabo de barra”).
Forma: Redonda e irregular
Metal: Plata de 930.555 milésimas
Tipo de acuñación: A martillo.
Estado de conservación: PCGS VF DETAILS “SALTWATER DAMAGE”. En el anverso, podemos ver las armas del escudo parcialmente visibles, pero bien marcadas y sin el escusón portugués. Tanto la corona como las leyendas que rodean el escudo casi no son apreciables, impidiendo identificarlas adecuadamente. La marca de la ceca es visible a la izquierda del escudo, así como la inicial del ensayador, pero no el valor nominal que, en esta emisión, se muestra en números arábigos, a la derecha del escudo. Leves marquitas en el campo, pero sin arañazos ni golpes. Vanos de acuñación que afectan a los detalles centrales y una grieta entre las 15 y las 16 h. Se aprecian evidentes signos de corrosión marina. El reverso, presenta una apariencia similar, con los cuarteles centrales bien definidos aunque con mejor detalle en los leones que en los castillos, así como la Cruz de Jerusalén y los círculos que la bordean. Las leyendas no son visibles en esta cara. Resello estampado entre el primer y el segundo cuartel consistente en una “P” coronada dentro de dos círculos. Pequeñas marquitas repartidas por la superficie de forma homogénea y una grieta a las 17 horas. Sin golpes. Vanos de acuñación que afectan a los detalles, además de evidente corrosión marina. El canto, liso e irregular, no muestra desperfectos reseñables más allá del cercenado o el limado típico para extraer pequeños trozos o polvo de plata, una práctica muy habitual en aquella época. A nivel general, se trata de una pieza acuñada a martillo bastante completa, con buena parte de los elementos relevantes a la vista, algo muy valorable en este tipo de acuñaciones. Su forma irregular le da una apariencia propia e irrepetible, donde no hay dos monedas iguales. Bella pátina oscura y marrón en ambas caras, con vanos propios de una acuñación imperfecta que afectan a las leyendas y a parte de la iconografía de la pieza. Las oxidaciones marinas nos hacen sospechar en que esta pieza pudo haber sido extraída de un pecio, del cual ya han salido buena parte de las monedas con características similares.
Variantes: Existen fundamentalmente dos emisiones para el año 1650. La primera consistiría en el propio 1650 integrado en la leyenda del reverso, de la forma en la que ya estamos acostumbrados. Además, es necesario señalar que, para dicho año también existe otra emisión que incluye la inicial del ensayador por duplicado en el anverso, al igual que sucedería en el año siguiente, 1651. Esta última no puede ser verificada al encontrarse hipotéticamente la segunda inicial del ensayador justo debajo del valor nominado “8”, a la derecha del escudo, en el anverso, al no estar visible en el ejemplar que nos ocupa. Finalmente, debemos tener en cuenta que, para las últimas emisiones de este tipo, es decir, las comprendidas entre los años 1650 y 1652, existen a su vez 3 variantes en el número “5” de la fecha. Primeramente, el “español”, es decir, aquel con el trazo superior más grueso y la barriga redondeada, pero que finaliza con el trazo final casi recto. El segundo, conocido como “local”, es similar al anterior, pero con un trazado más fino y la barriga termina en pico, para luego caer como un rayo. Finalmente, el “moderno”, con un diseño similar al que tenemos hoy (“5”). Como en este ejemplar la fecha no se encuentra visible, nuevamente, no podemos determinar cuál de las tres variantes estaría presente en este caso.
Tirada: Este ensayador estaría presente en estas acuñaciones entre los años 1649 y 1651 por lo que, de acuerdo a los trabajos de nuestro amigo Glenn Murray, sabemos que para los 8 Reales acuñados en 1649 se acuñaron 4.283.134 unidades (ensayadores “Z” y “O”), para 1650 se estiman en 3.221.486 monedas y, para 1651, unas 2.925.488 piezas (ensayadores “O” y “E”).
Resello: En el reverso podemos ver, entre los dos cuarteles superiores, un resello con forma de “P” coronada, dentro de un círculo y con una orla de puntos exterior. Sabemos que fue realizado durante la “Gran Transición” que experimentaría esta ceca entre los años 1649 y 1652 tras el “Gran Escándalo” aunque PCGS ha delimitado un poco más esta horquilla temporal, fijándola entre 1651 y 1652, de acuerdo a la etiqueta que encabeza el holder que la contiene. El resello se realizaría sobre las monedas de mayor módulo, fundamentalmente sobre los 8 Reales, pero también sobre los 4 Reales y no se empleó un único tipo de resello. A día de hoy se tiene constancia del uso de las letras F, G, L, O, S,T y Z, además de la ya mencionada letra “P”, todas ellas coronadas, incluyendo alguna que otra marca adicional, como es el caso de una corona (sin letra) dentro del círculo que, a su vez, presenta dos variantes. Sobre ésta última, podemos encontrar una corona con la parte superior cerrada y otra abierta, ambas dentro de un círculo rodeada de puntos. También existe otra marca que incluye, dentro del mismo, el monograma del propio soberano, Felipe IV. A todo esto es necesario señalar que se han documentado y clasificado hasta 27 variantes de estos resellos. El objetivo no era otro que el de identificar aquellas monedas que el ensayador Juan Rodríguez de Rodas había fabricado con entre 5 y 6 granos de fino menos de lo que correspondía por lo que, para evitar el coste oneroso para la Hacienda Real, tras lo sucedido anteriormente en Potosí, se procedió a marcarlas con estos resellos para establecer su valor nominal en 7 ½ Reales, en lugar de los 8 Reales que rezaba su facial. A estas monedas reselladas en tales circunstancias se les conoció con el sobrenombre de “rodasas”, término que se siguió utilizando posteriormente entre los habitantes de esta región para referirse a monedas “falsas” o “de mala ley”.
Pecio: Aunque PCGS o la propia casa de subastas no hacen referencia expresa a que esta moneda proceda de un pecio, la realidad es que ha sido certificada como “SALTWATER DAMAGE” por lo que hay una referencia expresa a que estuvo en contacto prolongado con el agua del mar, algo que corroboran las oxidaciones marinas que vemos en ambas caras. Afortunadamente para nosotros, todas estas “rodasas” que parecen haber sido rescatadas del mar tienen un origen común, el pecio del “Jesús María de la Limpia Concepción”, conocido como “La Capitana”, hundido en octubre de 1654 frente a las costas de Chanduy, en lo que hoy es Ecuador. Se tiene constancia que el barco llevaba una carga sobredimensionada, alimentada por las riquezas no declaradas, factores que pudieron afectar en el momento del hundimiento. Se sabe que en su interior iban monedas correspondientes al “Gran Escándalo” (“rochunas”) y monedas reselladas en los años siguientes, como la que aquí se muestra (“rodasas”), además de otros valores emitidos entre 1649 y 1654. El descubrimiento del pecio lo realizaría la compañía “Sub-American Discoveries, Inc”, en noviembre de 1996.
Pedigree: Ex Heritage Auction (Lote
#64229, Subasta
#232308, 23/02/2023)
Referencias bibliográficas: "KM-C19.4" y "AyCal (
#1486-1489, tipo 327)”
Rareza: Rara (“R”), dadas las circunstancias que afectaron a estas emisiones durante un momento especialmente reseñable no sólo a nivel de las finanzas del Imperio y el prestigio internacional de su moneda, sino también a nivel numismático.
Ensayador: Juan Rodríguez de Rodas (1649-1651) aunque, primeramente, se había designado a Rodríguez de Caminos (sigla “O” con un punto en el centro), y su ayudante Antonio Ovando (“O”), ambos destituidos de su puesto por corrupción.
Reinado: Felipe IV (1621-1665) “El Rey Planeta”
Dinastía: Casa de Austria
Leyendas:Anv.: “
PHILIPPVS + IIII + D + G + HISPANIARVM” [LEYENDAS CASI NO VISIBLES] alrededor de una orla de puntos que guarda una representación del escudo coronado con todas las armas que componían España en aquel momento. A la izquierda del mismo, letra “
.P.” en alusión a la ceca de Potosí con un punto encima y otro debajo. Bajo la misma, la inicial del ensayador, “
O” con un punto en el centro de la vocal y debajo de ella. Finalmente y, a la derecha, valor nominal en caracteres arábigos, “
.8.” con puntos arriba y debajo del mismo. Como este último dato no está visible, no es posible determinar si el valor nominal se encuentra sólo o, si debajo del mismo hay, a su vez, nuevamente, la inicial del ensayador en idéntica disposición que lo señalado a la izquierda del escudo. Leyenda muy parcial sólo en el último cuartel del primer cuadro, a la izquierda.
Rev.: “
+ ET INDIARVM REX ANO 1650” [LEYENDAS NO VISIBLES] alrededor de una orla de puntos que guarda la representación de la Cruz de Jerusalén con dos castillos y dos leones acuartelados y, a su vez, dentro de una figura geométrica de ocho lóbulos de doble trazado. Sobre los dos cuarteles superiores, se aprecia un resello consistente en una letra “
P” coronada dentro de un círculo, a su vez, rodeado por una orla de puntos para reducir su valor nominal a 7 ½ Reales.
Apunte histórico: Hacia el año 1641, el principal responsable de la ceca de Potosí, Francisco Gómez de la Rocha, se valió de una red de contactos y compra de voluntades entre los estamentos más altos del Virreinato y la propia ceca para comenzar a labrar monedas de plata con una ley inferior a la que debían tener de acuerdo a las Ordenanzas y embolsarse así, unos cuantiosos “ingresos extra”.
Como no podía ser de otra forma, la llegada de la Flota del Tesoro a las provincias americanas supuso el detonante de esta trama corrupta, pues las emisiones eran de tal magnitud, que una importantísima remesa de estas monedas embarcó como parte del Tesoro Real y llegaron a los puertos peninsulares en 1648. Los abundantes gastos de la Corona y el Imperio habían acumulado a lo largo de los años grandes deudas a favor de prestamistas italianos y otras familias influyentes en Europa. Llegados a este punto, sería un grupo de comerciantes de Marsella los que descubrieron que aquellas monedas con un facial de “8 Reales”, realmente, tenían un fino que correspondía a “6 Reales”, es decir, dos menos de lo que se supone que debía valer la moneda. La noticia y las quejas se extendieron por Europa como la pólvora y esto suponía la pérdida de confianza en la principal divisa internacional. Pronto llegaría a los oídos del propio soberano español, Felipe IV, que no acogió de buena gana aquel intento de engaño ya que, en definitiva, se trataba de un intento de fraude contra el Tesoro Real e, incluso, contra el propio monarca.
De esta forma, Felipe IV ordenaría la recogida y fundición de todas las monedas “febles” y la acuñación de una nueva moneda con una simbología diferente a la anterior, para que no hubiera duda sobre su pureza y prestigio.
Por lo tanto, se decidió enviar a Francisco de Nestares Marín, una persona de máxima confianza de la Corona, para imponer el más severo castigo a aquellos que estaban involucrados en la fabricación de “mala moneda” y que ya suponía un montante de unos 472.000 pesos. Nestares Marín llegaría a Potosí en diciembre de 1648 y mostró al Virrey del Perú una pequeña muestra de las piezas de mala ley que habían sido examinadas en Madrid por los propios ensayadores reales Andrés de Perera y Pedro de Arce. Curiosamente, unos años antes, en 1644, ya constaba documentación relacionada con una inspección realizada en la ceca y que detectó ciertas “irregularidades”, pero que no se tomó en consideración y no se aplicó medida alguna.
Con ello, se le aplicaría a Francisco Gómez de la Rocha la pena del garrote y, al ensayador de la ceca, Ramírez de Arellano, la horca, procediéndose además a incautar sus bienes para minimizar el impacto en las arcas reales. Los bienes de Gómez se valoraron en unos 365.000 Pesos, por lo que la pérdida para la Hacienda Real terminaría siendo de en torno a los 107.000.
Nestares Marín realizaría una investigación adicional en la ceca y examinó el circulante de los tres ensayadores que trabajaron allí durante el periodo de tiempo afectado, detectando un “feble” que iba desde el 6,25% en el caso de Ovando, un 25% para las de Elgueta y un terrorífico 62,5% para las emisiones durante el periodo de Ramírez de Arellano. Esto puso de manifiesto el alcance real de la trama y como ésta había ido a más con el transcurso de los años y la aparente impunidad del fraude. Se decidió rebajar el valor en 1/2, 2 y 4 Reales respectivamente para las piezas de valor facial de 8 reales, aplicando una proporción similar para las de 4 Reales. Las emitidas por los dos primeros ensayadores siguieron circulando, una vez aplicado un resello que diera fe de su nuevo valor, en cambio, los del último ensayador se retiraron para ser refundidos dada la importantísima merma en la pureza del metal.
Sin embargo, eliminar todo ese circulante de golpe produciría un perjuicio de difícil reparación, pues se generaría un problema de falta de circulante en la región, por lo que se decidió recoger y fundir todas esas monedas, pero mientras circularían devaluadas, pasando los 8 Reales a valer 6 y los 4 Reales a valer 3. A esta “mala moneda” se la conocería con el sobrenombre de “rochunas” en referencia al apellido del artífice de la trama.
Hasta 1650 no logró encarrilarse la mencionada solución cuando, además, llegaría desde Madrid un nuevo ensayador que comenzaría de inmediato a acuñar nueva moneda y cuyo nombre era Juan Rodríguez de Rodas. Las prisas por dar salida a toda esa plata, evitar un problema local y recuperar el prestigio internacional quizás fueron la causa de un nuevo problema en las acuñaciones, pues no se midió adecuadamente el fino de las monedas, quedando todas ellas con 5 ó 6 granos menos de lo que se supone que debían tener. Así se generó un nuevo problema para la Hacienda Real, pero que, a priori, no podía comprarse ni de lejos con la casuística anterior y permitieron su circulación de forma provisional aplicando un resello distintivo, como el que se muestra en el ejemplar que ilustra esta ficha, para reducir su valor nominal de 8 a 7 ½ Reales. A estas monedas, la gente empezaría a llamarlas como “rodasas”, en honor al nuevo ensayador. Para todas estas operaciones de devaluación monetaria se establecieron las famosas “Cajas Reales”, que se ubicaban junto a los edificios administrativos principales en los grandes núcleos de población y, de forma improvisada, en aquellas ciudades o pueblos más pequeños. Estas “Cajas Reales” estamparían un resello que serviría para establecer el nuevo valor señalado, como se aprecia en este ejemplar.
Como el daño al prestigio de la moneda española ya estaba hecho, se decidió acuñar una nueva moneda cambiando totalmente la simbología respecto a las emisiones anteriores, incluyendo las ya célebres Columnas de Hércules coronadas y de pie sobre un mar de olas, simbología que quedaría unida de forma permanente a nuestro país de una manera u otra. Este cambio quedaría plasmado en la Real Cédula del 17 de febrero de 1651 y pretendía eliminar todo el circulante anterior para evitar confusiones en el futuro, estableciendo la mencionada nueva temática, así como la actualización de las penas a aquellos que cometieran falsificación o fraude. Se establecería un plazo inicial de 8 meses para la retirada de las “rochunas”, pero que se terminaría modificando dadas las dimensiones de toda aquella masa monetaria, estableciendo en unos 10 millones de Pesos las necesidades de circulante para aquel extenso territorio.
La necesidad de fundir toda esa plata de menor ley propiciaría la apertura de una nueva ceca, la de Lima, además de la recogida forzosa de la moneda “feble” de Potosí en las cecas peninsulares de Madrid, Segovia, Sevilla y Toledo, donde las piezas emitidas con fecha de 1651, muy probablemente, se acuñaran con la plata de esas monedas “rochunas”. No obstante y para dar cobertura a los posibles perjuicios ocasionados en toda la geografía peninsular, se reactivaron las viejas cecas de Burgos, Cuenca, Granada, Pamplona, Valladolid y Zaragoza, las cueles apenas tenían volumen o, incluso, llevaban un tiempo cerradas o sin actividad. Todas estas emisiones consistían en los valores de 4 y 8 Reales, con una acuñación de menor calidad en su diseño, además de un aspecto algo “tosco” para lograr alcanzar el objetivo en el menor tiempo posible. Sin embargo, también es necesario señalar que las ceca de Burgos emitió también el valor de 2 Reales, así como la de Zaragoza, que también haría lo propio con los valores de 2 Reales y 1 Real, aunque entendemos que en cantidades significativamente inferiores. Para el caso de esta última ceca, acabaría acuñando los cuatro módulos, también, al año siguiente. Todo este caos llegaría finalmente a su fin con la Real Orden del 18 de enero de 1653, donde se estandarizaría el nuevo circulante, cesando definitivamente la recogida de monedas anteriores y concluiría con el cierre de las cecas reabiertas y que hemos citado anteriormente.
Finalmente señalar que, aunque no lo había señalado con anterioridad, toda esta retirada de circulante no estuvo carente de problemáticas variadas y levantamientos sociales pues nadie quería ver reducido el valor del dinero que atesoraban y mucho menos, dejarlo sin valor, obligándolos a entregar el circulante antiguo, devaluado, para recibir el nuevo y consolidar así una pérdida en sus capitales. Levantamientos y revueltas más o menos violentas se sucedieron por todo el territorio sudamericano y las autoridades se vieron obligadas a tomar medidas improvisadas para calmar los ánimos de la población hasta que el problema sería resuelto finalmente. El 6 de octubre de 1657 se emitiría un nuevo decreto que terminaría por extinguir, también, las monedas fraccionarias con la simbología antigua (1/2, 1 y 2 Reales), estableciendo un nuevo plazo para cambiarlas, así como su valor, según dónde éstas fueran entregadas. De esta forma, se zanjaría toda la cuestión de forma definitiva.
“La Capitana”: El “Jesús María de la Limpia Concepción” era un navío robusto de unas 1200 toneladas que había sido construido en los astilleros de de Guayaquil en el año 1644, con unas medidas de unos 130 pies de largo, lo que suponían unos 40 pies más que los de cualquier otro barco español que hubiera sido construido en América por aquel entonces, mayor aún que el afamado “Nuestra Señora de Atocha”, el cual naufragó en 1622.
Así, el 18 de octubre de 1654, el que en ese momento era el buque insignia de la “Armada de los Mares del Sur”, armado con 60 cañones, zarparía de Callao (Lima) rumbo a Panamá con, de acuerdo al manifiesto, 2.212 barras de plata, 216 cofres que contenían monedas de idéntico metal, 22 cajas que contenían copas, cántaros y candelabros, también de plata. Todo ello sin mencionar la carga no registrada o de contrabando, que a veces podía igual o superar el cargamento oficial del buque, generando un peligroso sobrepeso. Por supuesto, “La Capitana” iba acompañada de “La Almiranta”, con Don Alonzo Montero a los mandos y que debía ajustar a la perfección su rumbo para no sobrepasar a la ya sobrecargada nave insignia.
Así, el 26 de octubre, el piloto de la nave, Don Miguel Benítez y el capitán, De Sosa, confiaban en que el barco saldría de los peligrosos arrecifes a través de Punta Santa Elena y podría continuar navegando hasta la Isla de la Plata. Sin embargo, en torno a las 11 p.m. la tripulación detectó rocas que sobresalían del agua en medio de la noche y que apenas podían percibirse desde la embarcación con el tiempo suficiente para evitar una colisión. Lamentablemente y, con las primeras luces del alba, descubrieron horrorizados que habían golpeado los arrecifes hasta en tres ocasiones y el timón estaba muy dañado. El agua ya había penetrado en las bodegas del barco y había unos 8 pies de altura que la tripulación, exhausta, no lograba disminuir. Aquí es precisamente donde entra en juego la carga no registrada y es que, de acuerdo al testimonio de un miembro de la tripulación que sobrevivió al naufragio, los bienes de contrabando eran de tal magnitud, que se amontonaba sobre la cubierta de proa y encima de los cables del ancla, impidiendo a la tripulación poder bajarla.
El pánico se apoderaría del pasaje y aquellos más acaudalados trataron de sobornar al contramaestre y otros miembros de la tripulación para que los llevaran a tierra. Otros aprovecharon el caos y la confusión para el pillaje, llenando sus bolsillos y algunas bolsas de menor tamaño con monedas de plata para, posteriormente, tratar de alcanzar la orilla a nado. Unas 20 personas fallecieron tratando de alcanzarla.
El capitán del barco había decidido esperar a que la marea subiera y, cuando esto sucedió, logró finalmente acercar un poco más la maltrecha nave hasta la costa para que encallara en aguas poco profundas. El capitán enviaría a Don Francisco Tello en una góndola hasta “La Almiranta” para que ésta fuera a buscar ayuda en el menor tiempo posible, pero regresaría al barco informando que ésta también había sufrido daños, aunque más tarde vieron como ésta izaba su vela y comenzaba a alejarse, acto que enfurecería al capitán De Sosa y a la tripulación.
Con el objetivo de que el barco no fuera de utilidad a potenciales enemigos y para un mejor acceso a la carga de valor, se quemó el barco hasta la línea de flotación. No obstante, los registros oficiales hablan que durante el hundimiento de “La Capitana”, se perdieron unos 3 millones de Pesos de plata, que se incrementaron hasta los 10 millones si incluimos los artículos de contrabando y el capital personal de los pasajeros. Si tenemos en cuenta que la producción de monedas de plata en el Perú era de entre 6 y 7 millones de Pesos al año, en “La Capitana” se perdería casi la producción de un año y medio.
Durante los 8 años venideros, un equipo profesional de rescate enviado por las autoridades virreinales lograron rescatar más de 3 millones de Pesos entre monedas y lingotes, además, el propio capitán Sosa rescataría 1,5 millones de Pesos adicionales. Sin embargo, un rescate posterior sacaría a la luz unos 2 millones de Pesos “extra”, lo que se tradujo en un gran revuelo ya que la carga “oficial” registrada, como ya hemos dicho, era de 3 millones de Pesos de plata. Curiosamente, el principal “salvador” de todos estos capitales no fue otro que el propio maestro de plata del barco, Bernardo de Campos, entre los años 1650 y 1660, principal responsable del exceso de carga que llevaba “La Capitana” y que causó el naufragio de la nave. La sección inferior del barco resultaría inalcanzable para los medios de la época, permaneciendo en el lecho marino a la espera de ser rescatado.
Como dato curioso, parece ser que uno de los oficiales testificó ante un tribunal que evaluaba las circunstancias del hundimiento que había visto al capitán De Sosa desnudo en su camarote y consumiendo la “planta paraguas”, un hongo de la zona con propiedades alucinógenas, dando por hecho el hundimiento y balbuceando acerca de “reunirse con Dios”, impidiendo así una gestión diligente de la situación.
El rescate: En 1996 el Capitán Hermón Moro y su tripulación redescubrirían el naufragio, concretamente, empezando las labores de rescate en 1997. Para poder ponerse en marcha fue necesaria una compleja negociación con las autoridades ecuatorianas de aquel momento, alcanzando un acuerdo de propiedad del 50% de los artículos rescatados para cada parte y que se materializaría un año después. El equipo no dudó en subastar las más de 5.000 monedas de plata que le tocaron en el mencionado reparto mediante subasta pública en 1999.
El cargamento rescatado: Estaba compuesto mayoritariamente por monedas de 4 y 8 Reales de la ceca de Potosí, atendiendo a tres tipologías. Primeramente, las acuñadas entre los años 1649 y 1652, portando los famosos resellos correspondientes al famoso “Escándalo” y de las que ya hemos hablado. En segundo lugar, las consideradas como una emisión de “transición”, fechadas en 1652 y, finalmente, las nuevas acuñaciones de “Pilares y Olas”, emitidas en los años 1653 y 1654. El estado general de las piezas rescatadas a finales del pasado siglo XX era “bastante bueno” en comparación con otros pecios de la época, tal y como podemos ver en el ejemplar que se muestra.
Una trágica coincidencia: Cuando los españoles acudieron al lugar del naufragio y rescataron las monedas que pudieron en aquel momento, las enviaron a Cuba en 1654, donde volverían a ser reembarcadas en el “Nuestra Señora de las Maravillas”, que también naufragó el 4 de enero de 1656. Como curiosidad adicional, también se realizaron labores de salvamento de parte del cargamento de este segundo pecio donde el barco “Madama do Brasil”, también acabaría naufragando frente a “Gorda Cay” (Bahamas) en 1657 con el tesoro rescatado de “Las Maravillas” en sus bodegas. Como hemos podido comprobar, algunas de estas piezas han sobrevivido a tres naufragios consecutivos, por lo que parece que estaban condenadas a no llegar a su destino.
Sin embargo, los problemas para nuestro país no parecían tener fin por aquella época, pues una pequeña escuadra de barcos merodeadores ingleses que habían estado asaltando barcos cerca de la Bahía de Cádiz, terminarían por hundir otra Flota del Tesoro en el año 1657 frente a la capital de mi tierra, Santa Cruz de Tenerife (Islas Canarias). La pérdida de “La Capitana” y del resto de caudales mencionados sin duda fue un importantísimo golpe financiero para las arcas de una Corona española excesivamente endeudada por la expansión de sus territorios, unidos a la corrupción de sus dirigentes y los caprichos del monarca. Por lo tanto y, para concluir, podríamos decir que este momento sería el principio del fin de la hegemonía Española en la esfera mundial frente a otras potencias como Reino Unido, Francia o los Países Bajos.
Espero que os guste! Saludos